jueves, 31 de marzo de 2011

SOBRE ROSALÍA DE CASTRO

CANDO VOLVÉU A COMPOSTELA ROSALÍA CASTRO

(Recordos da miña infancia)

Por Luís Taibo

Perenne e inconmovible cal pedra miliaria de sólida vía romana, permanece aínda na miña memoria, a pesar dos anos transcorridos, aquela tarde memorable e solemne, en que os restos mortáis da inmortal Rosalía foron trasladados, como a lugar de perpetuo repouso, ao vello mosteiro de San Domingo, en Santiago de Compostela, onde lles esperaba un digno mausoleo marmóreo que, amoroso, ía acubillalos para sempre baixo aquelas bóvedas oxivales mayestáticas e silenciosas.
Foi verdadeiramente aquela unha tarde compostelá. Fría, brumosa, gris e húmida. A multitude que ansiosa ateigaba a praza da Universidade puido, emocionada, ver chegar o fúnebre cortexo e deterse a enlutada carroza ao pé da escalinata que dá acceso á compostelá Escola Universitaria.
Alí estaba eu, naquel preciso momento: neno aínda de apenas nove anos de idade. Que facía eu alí? Pronto o direi.
Todo foi silencio naquel lugar; e nun balcón dunha das casas de en fronte aparecéu aquel ilustre galego, eminente tribuno e gran republicano que se chamou Alfredo Vilas e con voz potente, que enchía os ámbitos da praza, pronuncióu unha vibrante oración.
De canto alí dixo o insigne orador, que debéu ser moito e bo, o meu nove anos de idade escasos, só me permitiron reter uns conceptos rimados que o orador repetiu con frecuencia suma-seguramente eran a base da súa peroración-e que por haberllos ouvido declamar tantas veces quedáronseme entón gravados na mente para mentres viva. Eran parte daquelas belas estrofas de Ventura Ruiz de Aguilera, que din así:
Cuando la gaita gallega
el pobre gaitero toca.
No acierto a deciros
si canta o si llora.

Aos cales, despó8*/is do debido comentario, que seguramente debía de ser substancioso e profundo, engadía aquela contestación de Rosalía en galego:
Poeta! Eu podo decirche,
non canta que chora.

Terminado aquel famoso discurso, a Capela de Música (orquestra e voces) executóu o “Miserere” de Tafall, obra entón obrigada en Compostela, en tales manifestacións fúnebres e eu, entón-e velaquí a explicación da miña presenza naquel lugar-que era o máis pequeno e novo cantor daquela Capela de Música, dirixida naquel momento polo meu inesquecible e paternal mestre D. Juan Trallero Palmer, unín a miña voz infantil a aquel conxunto sonoro entoando en maxistral concerto o “Miserere o meu Deus” pola alma e en honra da gran Rosalía.
De súpeto, e por sorpresa, unha verdadeira choiva de coroas de loureiro, brotando do pórtico e escalinata da Universidade, foi caer sobre a carroza fúnebre da egrexia poetisa: máis non todas as coroas chegaron onde ían dirixidas, pois tres, desviando a súa ruta, viñeron caer aos meus pés e eu, entón conmovido e emocionado, tomeinas nas miñas mans e con infantil entusiasmo lanceinas animosamente sobre o féretro de Rosalía, e soamente ao velas no lugar que lle correspondía puiden quedarme hondamente satisfeito.
Despois a Capela de Música e eu con ela, continuamos entoando os varios versículos do “Miserere” e…ao pouco comezou a chover.
Cousa moi natural e propia. Era unha tarde gris e brumosa en Santiago de Compostela, pero unha tarde moi en consonancia co que alí ocorría, e a min, até se me antollaba que aquela tarde chovéu máis sentimentalmente, máis amorosamente, e que aquela choiva eran as bágoas da triste e desconsolada alma compostelá que choraba á súa propia filla predilecta, á inmortal poetisa: por algo algún día sentira e vira nacer no recinto maternal dos seus rúas augustas e lendarias.
Méjico.

¡DO ÍNTIMO!
Deixa que n’esa copa en onde bebes
As dozuras d’a vida,
Un-ha gota de fel, un-ha tan soio,
O meu dorido corazón exprima.

Comprenderás entonces
Como abranda o dolor as pedras frías,
Aunqu’abrandar non poida
Almas de ferro e peitos homicidas.
Rosalía Castro


Poesía situada ao final do artigo precedente.
Colaboración do autor en: Cultura Galega. Ano II Cuba Marzo-abril 1937. Números 23-26.Oirixinal en castelán.


Pola transcripción: Miguel

viernes, 18 de marzo de 2011

INES DE CASTRO: esclava del amor y de su belleza; víctima inocente de la política.

1350-1359: Inés de Castro

De como se unen los nobles gallegos de la casa del Condado de Lemos y los Suárez de Valladares con el infante don Pedro de Portugal, para vengar el asesinato de Inés de Castro, contra Afonso IV el-Rey, rey de Portugal.
Protagonistas:  Pedro I, El Cruel, o el Justiciero, y Afonso IV de Portugal (1325-1357), Inés de Castro, y Pedro Fernández de Castro (Conde de Lemos), y Pedro I, El Cruel, de Castilla.

Transcurrió en el convulso Portugal de principios del siglo XIV, la historia de Inés de Castro y el infante Pedro de Portugal resulta tan estremecedora, que no necesitaría adorno alguno para transmitir tal halo de tragedia y romance, que le convierte en incomparable. Sólo aspiraban a amarse, pero la fatalidad los hizo protagonistas y víctimas de la compleja política ibérica, especialmente convulsas en aquel tiempo por la implicación de los reinos peninsulares en la Guerra de los Cien Años, comenzada en 1337.

Pedro I de Portugal es especialmente conocido por su romance con nuestra Inés de Castro, la gallega que influyó de modo decisivo en la política interna y en la historia de Portugal del reinado de Afonso IV.
Inés acabó asesinada por órdenes del Rey en 1355. El infante Pedro nunca más aceptó la influencia paterna, al contrario, entre 1355 y su proclamación a la corona, se rebeló contra su padre por lo menos dos veces, y nunca le perdonó el asesinato de Inés, su amada.
Una vez coronado rey en 1357, Pedro declaró que había celebrado boda con Inés, realizada en secreto antes de su muerte. Pero este hecho se basa sólo en la palabra del Rey, toda vez que no existen registros fidelignos de dicha unión.

Mujer bellísima, esclava del amor y de su belleza; víctima inocente de la política.

Nació Inés en la comarca de la Limia, actual provincia de Ourense, hija natural de Pedro Fernández de Castro, Conde de Lemos, y de Aldonza Soáres de Valladares; biznieta de Sancho IV de Castilla, resultaba prima segunda de Pedro I.  Sus dos hermanastros, hijos legítimos del Conde de Lemos, participan en diversas revueltas palaciegas que influyeron en el desenlace fatal.
Quedó huérfana de madre siendo niña Inés, fue enviada al castillo de Peñafiel (Valladolid), donde creció en compañía de su prima Constanza.

Pactaron los reyes de Castilla y de Portugal los esponsales entre el príncipe heredero, don Pedro, con la princesa Blanca de Castilla, unión que nunca se consumó, al parecer por impedimento físico y mental de la novia, por lo que el vínculo fue anulado. Más tarde se acuerda una nueva boda, este vez con Constanza.
Con tal motivo, las dos jóvenes primas abandonaron la corte de Valladolid y se dirigieron a la corte de Portugal en Lisboa, Inés en calidad de dama de honor de la futura reina Constanza.

Viaje al reino de Portugal
En el año de 1338 la comitiva nupcial de doña Constanza hace su entrada en la corte lusitana. La ceremonia religiosa se celebra en la Catedral de Lisboa, oficiada por su Arzobispo, con gran pompa acorde con el rango de los contrayentes.

Sin embargo, la tragedia ya estaba escrita, y ya en el primer encuentro don Pedro quedó prendado de Inés, a quién describen como: bellísima, de esbelto cuerpo, ojos claros y un interminable y esbelto cuello, que determinó que también la llamaran "cuello de garza"
La pasión entre ambos jóvenes nació de forma inmediata. Conocedor de lo acontecido, el rey Afonso IV decide intervenir, y actuando con energía manda desterrar a Inés de Portugal, confiando en que la separación física de los amantes mitigase su ardor y entrase en razón su hijo, el heredero de la Corona.  Pero la maniobra surte escaso efecto, y en espera de tiempos mejores, de acuerdo con don Pedro, la amante busca refugio en el castillo de Alburquerque, pequeña localidad extermeña a la vista de la frontera portuguesa.

Pero en octubre de 1345 muere la infortunada Constanza al dar a luz al infante don Fernando, y la viudedad del principe elimina gran parte de las rezones de escándalo aducidas por los contrarios al idilio, circunstancia que don Pedro aprovecha de inmediato. En contra de la voluntad real, rescata a doña Inés del exilio, y la pareja marcha a vivir lejos de la corte instalándose en Coimbra(1), en las proximidades del convento de Santa Clara, en un palacio en las laderas del valle que baña el río Mondego.










Convento de Santa Clara

Palacio "Quinta das Lágrimas"

Y allí, fruto del romance más grande, nacieron sus cuatro hijos, los infantes Afonso (muerto aún niño), Juan, Dinís, y Beatriz.  En esa época felíz el principe se alejó de la política, de la Corte y de sus obligaciones de heredero. Pero pronto la apacible vida de los amantes se verá turbada por causas a las que desearín permanecer ajenas. Un sinfín de cinscuntancias se confabulaban para sellar el destino fatal de nuestra protagonista.  La principal causa que mueve al Rey es la cuestión dinástica: Afonso IV trata con afán de organizar para su hijo una tercera boda con alguna princesa real, pero Pedro rechaza esposar a cualquier mujer que no sea Inés. El único hijo legítimo de Pedro, Fernado, heredero al trono de Portugal, se mostraba un niño frágil, miestras que los bastardos de Inés prometían llegar a la edad adulta. Y si falleciese el infante heredero, de inmediato reclamarían la Corona, no sabiendo que repercusiones tendría en el conjunto de la nobleza y también en el pueblo, que no permanecían impasibles ante la situación.
En segundo término, predominaba una complicadísima política, donde los reinos peninsulares se convierten en campo de batalla diplomática. Inglaterra y Francia, enfrentadas en su interminable Guerra de los Cien Años, tratan de atraerlos a su partido. Las disputas internacionales entrmezcladas con las propias luchas dinásticas conviertieron aquel tiempo en una época turbulenta.
Entre tanto, Fernando y Alvar Pérez de Castro, hermanastros de Inés, formaban parte del más íntimo grupo de hombres de confianza del principe, sobre el que ejercen un progresivo ascendiente induciéndolo a orientar su política hacia Castilla, donde llega a presentar su candidatura al trono.
Al Rey Afonso IV, aunque preocupado por las implicaciones políticas que conllevaba la influencia de la familia de los Castro, le preocupa en particular el riesgo de futuros confilctos civiles enfrentando hijos legítimos contra bastardos, modena de cambio habitual en la época. La reiterada negativa del principe a contraer nuevo matrimonio real contribuye a confirmar los temores, e Inés aparece como un obstáculo infranqueable, de tal manera que sólo su muerte podría dar solución a tan grave problema. Así, en consejo celebrado en el palacio de Montemor-o-Velho, el rey Afonso IV presta su conformidad a la propuesta de dar muerte a la infortunada enamorada. La sentencia se ejecutará de inmediato, y en la propia residencia de la pareja en Coimbra, aprovechando alguna usencia del principe.
Y en efecto, estando Pedro ausente atendiendo a su afición preferida, la caza, el rey manda a llamar a Inés a palacio para comunicarle la sentencia fatal. Ella acude acompañada de sus cuatro hijos, y una vez comunicada la resolución, Inés suplica clemencia.
Más las súplicas no ablandaron el corazón del monarca, y este ordena a tres cortesanos que se ocupen de que se cumpla la sentencia; Diego López Pacheco, Pero Coelho, y Álvaro Gonçalves se dirigen a la Quinta das Légrimas, y en el mismo jardín, en presencia de sus hijos, la degüellan sin piedad, en una tarde de frío invernal, del día 7 de enero del año 1355.

Sin embargo, la solución adoptada hizo el efecto contrario a la calma, y actuó como una deflagración de la peor de las tormentas; la desaparición de Inés no propició la esperada tranquilidad en la corte, al contrario, don Pedro culpa publicamente a su padre del asesinato y se declara en rebeldía a la vez que clama venganza.
Asesinato de Inés de Castro
   Columbarro, Museo Militar de Lisboa
                                                                               

Se retiró don Pedro con sus incondicionales a Braganza donde recibe al poco tiempo a sus aliados incondicionales gallegos, don Pedro Fernández de Castro, Conde de Lemos, y sus hijos Fernando y Alvar, que de acuerdo con los códigos de honor de la caballería, unen su destino para vengar el ultraje.
Un grupo de hombres de armar reclutados en Monforte y en Triacastela, acompañados de los hidalgos Suárez de Valladares y sus vasallos, cruzan el río Miño para reunirse con el Conde de Lemos, preparados para la batalla. Don Pedro también agrupaba en su entorno a una facción importante de la nobleza portuguesa, y entre todos encabezan una revuelta contra el rey Alfonso IV. Pronto las regiones de Tras-os Montes y Entre-Douro e Minho, se encuentran en guerra. Conquistada Quimarâes, pusieron sitio y devastaron Oporto, persiguiendo con saña a la alta nobleza que tomaron partido por el Rey, a los que despojaron de sus bienes y privilegios, y expulsaron de sus territorios.

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El gran Luis de Camoens, en la estrofa 127 del canto III de "Os Lusiadas", narra así la petición de clemencia de Inés:
Ó tu, que tens de humano o gesto e o peito
(Se de humano á matar hua donzela
Fraca e sen força só por ter sujeito
o coraçao a quen soube vencê-la)
A estas criancinhas tem respeito,
Pois o nao tens á morte escura dela;
Mova-te a piedade sua e minha,
Pois te nao move a culpa que nao tiña.
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El Rey se quedó sólo y vulnerable. Atormentado y temeroso por la venganza que tomara el heredero ayudado por los con des gallegos, decidió rogar a la reina (su esposa, y madre de Pedro), su intervención ante el infante para pedir la paz y la reconciliación entre padre e hijo. El día 15 de agosto del mismo año en Canavezes, Pedro acepta detener las acometidas, y el rey delega una parte importante de sus responsabilidades en el heredero, quién, a cambio, depone las armas, promete olvidar el pasado y perdonar a todos los implicados en la conjura que acabó con la vida de Inés.
Pero don Pedro no había conluido aún su venganza y no renunciara internamente a concluir la reparación del asesinato de su amada Inés. Sólo tenía que esperar, y, en efecto, la espera daba a su fin: fallece Afonso IV, y el heredero pasa a ceñir la corona, y ahora se propone llevar a cabo la definitiva revancha.
Los ejecutores de Inés, por consejo del rey moribundo, buen conocedor de su hijo, se habían exiliado a la corte de Castilla. Don Pedro I negocia con el rey castellano (que por capricho del destino tiene igual nombre y apodo: Pedro I, El Cruel, y también arrastra una amplia historia de amores), intercambiar los tres verdugos por otros prisioneros en Portugal, a lo que accede el castellano y tanto Pero Coelho como Álvaro Gonçalves son llevados a Portugal; Diego Lopes Pacheco, más afortunado, consigue cruzar a tiempo la frontera con Aragón, y de allí pasa a Francia donde se pierde su rastro.
La venganza fue consumada en el palacio de Santarén en presencia del Conde de Lemos y sus hijos, y de otros cortesanos. Pedro I mandó preparar un espléndido banquete de ceremonia mientras las víctimas eran amarradas a sendos postes de suplicio y torturados con toda crueldad. Luego, mientras comía con parsimonia, "e bebe o seu vinho tinto" según las crónicas portuguesas, ordenó al verdugo arrancarles el corazón: a Gonçalves por la espalda y a Coelho por el pecho.

Princesa y reina de Portugal

En 1360 el rey Pedro I realizó en presencia de la corte la famosa declaración de Cantanhede, jurando que un año antes de la muerte de Inés ambos habían contraido matrimonio secreto. Testigos sinceros u obsequiosos y clérigos convencidos o temerosos, confirmaron la celebración de la boda, que algunos historiadores ponen en duda. De esta forma Inés de Castro alcanzaba el rango de reina y se legitimaban los hijos habidos de aquella unión.
Y a continuación don Pedro mandó esculpir un espléndido túmulo funerario para Inés, que una vez finalizado ordenó el solemne traslado de los restos desde Coimbra hasta la nueva sepultura en el Monasterio de Alcobaça, sede de la mayor iglesia portuguesa. La comitiva que transportaba el cadáver, enlutada con todo rigor, era encabezado por el propio Rey acompañado por prelados, cortesanos y burgueses.  En lugar preferente marchaban al lado del Rey el Conde de Lemos y sus hijos. En elcamino, el pueblo llano salía a su paso llorando y rezando por el alma de la fallecida.
Y continuando la leyenda, una vez llegados a la corte, destino final de la comitiva, el cuerpo de Inés se engalanó con vestimentas reales y sentado en el trono, todos los nobles fueron obligados a prestarle homenaje como reina de Portugal, besando su mano en señal de fidelidad y vasallaje.
Y por último, se depositó con enorme protocolo en el bello sepulcro tallado para ella.
La última escena, la que más ternura infunde, sucede site años más tarde. Antes de morir el Rey, este encarga tallar para sí mismo otro túmulo funerario del mismo estilo que el anterior. Quería que ambos se situaran pies contra pies para que, el día del juicio final, al despertar ambos, lo primero que viese cada amante con sus miradas cruzadas frente a frente, fuese la figura del otro.


  
El conjunto monumental, de estilo gótico, que puede admirarse en el Monasterio de Alcobaça, se considera el más bello ejemplar del arte funerario portugués.                                              Finalmente, Inés de Castro pasará a formar parte inseparable de la historia de Portugal y de Galicia, con honor, gloria y leyenda.
                                La leyenda y la realidad                                                                         

Terrible fue la venganza de Pedro I, pero es conveniente prevenir al lector sobre la parte novelesca de la historia de Inés de Castro, es decir, la leyenda admitida por la tradición, pero no probada por la historia.     
                                                                                       
Una vez que el infante llegó a ocupar el trono, se asegura que, mandando exhumar el cadáver de Inés, la hizo sentar en el trono haciéndola coronar y obligando así a los cortesanos a que le rindieran los honores debidos a una reina. Algunos historiadores deducen que el origen de esta leyenda puede ser debido a la costumbre que en Portugal existía de besar la mano de los reyes según fallecían, o también de que en los siglos XIV y XV las efigies de los reyes, modelados en cera, se colocaban sobre el túmulo funerario, y tal vez esta efigie de Inés fuer colcada por Pedro en el trono, obligando que a su imagen, y no a su cadáver, se rindieron los homenajes.



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 Del libro "Crónicas de las Guerras de Galicia con Portugal", enero 2011, autor M-Gonzalo Prado
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jueves, 17 de marzo de 2011

Vigo en la Edad Media




Esta imagen es una representación virtual de Vigo en la baja edad media. El arenal que destaca en el primer plano se corresponde con lo que hoy es el puerto y toda la Avenida de García Barbón.                      
Aun que parezca increible, esa maravilla de paisaje quedó sepultado por el hormigón.  




Ahora otra imagen, así mismo virtual, con más detalles de la villa de Vigo de la misma época.