El “DEUS FRATRESQUE GALLAECIA”
Aquel Felipe Cimadevila era entonces el entusiasmo en vibración. Oyéndole hablar de regionalismo sentía uno todo el ardor patriótico de los héroes.
La liberación de Galicia de la influencia capital tenía que ser inmediata, rápida. La patria de Pardo de Cela no podía no podía seguir aherrojada un día más por la tiranía burocrática y madrileña.
La juventud gallega debía juramentarse, porque el vandalismo caciquil exigía la formación de una nueva Hermandad. Todo el que sintiese correr por sus venas sangre celta no debía dar un paso más en la vereda de la vida sin acuciar sus esfuerzos para destruir el inri denigrante, que es un estigma para la raza, y quemar el madero vergonzante en que el caciquismo pretende inmolar al pobre pueblo galaico ahíto de miseria y de dolor.
La salvación de Galicia es una cosa sencillísima. Felpe Cimadevila no conocía la palabra dificultad. Su entusiasmo juvenil se envolvía en el optimismo azul de las empresas fáciles.
Los obstáculos se vencen… salvándolos, y para redimir a Galicia sólo se necesitaba un factor: . Un patriotismo vil, masculino, todo acometividad.
Por aquella época-hace ya algunos años- reuníase por las rúas compostelanas un grupo de rapaces cultos y estudiosos, todos regionalistas entusiastas, exaltados. Felipe Cimadevila, Inocencio Amigo, Victoriano Freire, Ángel y Santiago Rey… Yo los acompañaba.
Todas nuestras conversaciones recaían invariablemente en el regionalismo, que era para nosotros un tema obsesionante e imprescindible. Un alimento espiritual que daba savia a nuestros entusiasmos mozos, galaicos y liberadores.
Todo el que no era regionalista no podía convivir con nosotros. Se le consideraba plaza enemiga, y se emprenda con él un sitio formidable4, demoledor. Felipe Cimadevila, agresivo y punzante, era siempre el que disparaba primero. Y cuando con su dialéctica ardiente y patriótica había abierto brecha, despiadados, nos lanzábamos todos al asalto, con el mismo ardor bélico con que antaño arremetían los hermandinos contra los castillos feudales.
Y la pobre víctima, extenuada, abatida, aplastada bajo aquel aluvión de razones cáusticas y argumentos contundentes, vencida y maltratada, huía de nosotros, haciendo protestas de regionalismo y renegando de sus apóstoles.
Éramos unos propagandísticos formidables, estupendos. No había centralista, por relapso que fuera, que se viese libre de nuestras acometidas.
Estábamos en vías de conquistar a Santiago para el regionalismo. Y ya sabían los santiagueses lo que se hacían; porque en nuestros cálculos entraba que Compostela debía ser lo que en otro tiempo había sido: la capital de Galicia autónoma.
Felipe Cimadevila así lo proclamaba. Nosotros asentíamos entusiasmados.
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Un día paseábamos por la verde campiña santiaguesa, que esmalta la plata del Sarela. Inocencio Amigo con entonación tribunicia nos leía el último discurso de Mella. Mella era nuestro mentor en el presente, y Brañas en el pasado.
En aquella oración, el principio de la oratoria española sobre el centralismo todo el peso abrumador de su palabra de fuego, todo el caudal inmenso de sus conocimientos históricos, de su dialéctico de prodigio.
Nosotros escuchábamos absortos, con la religiosa atención del creyente.
Yo no sé lo que pasó en el alma de Felipe Cimadevila, que extrañas ideas asaltaron su mente, qué hechos gloriosos evocó en su espíritu el verbo clásico y rotundo de D, Juan Vázquez Mella.
Transfigurada, enérgico, con su diestra a lo alto como si arrojara un apóstrofe sobre el apocamiento de la raza, declamó una poesía gallega, vibrante, vindicadora, que era un llamamiento a la patria humillada, un grito guerrero, nuncio de una aurora de esperanzas y de libertad en la noche de la opresión y de la injusticia.
Sus rudos acentos adquirían no sé qué insólita magnificencia en el silencio plácido de aquellos campos verdes y tristes, que un tiempo temblaron bajo las heroicas armaduras de las mesnadas que capitaneaban los arzobispos guerreros.
Lo escuchábamos asombrados. Luego que terminó indagamos llenos de curiosidad:
-¿Qué es eso?
El himno de Brañas.
Nosotros, devotos de Brañas, , no lo conocíamos, ni siquiera habíamos oído hablar de él. Volvimos a preguntar llenos de extrañeza
-¿El himno de Brañas, dices?
Impaciente y triunfal contestó: -Sí, de Brañas, de Alfredo Brañas. Es el Deus Fratresque.
-Y en dónde se publicó ese himno, en que sitio, lo has leído?
-No sé, no recuerdo, hace muchos años que lo conozco.
Aquel himno admirable, gloriosamente regionalista, era definitivo, único. En la literatura galaica no había nada igual.
Allí mismo acordó la asamblea regionalista ponerle música y editarlo. No sabíamos que hubiese ningún otro himno gallego y autonomista y queríamos darle uno a nuestra patria, pues considerábamos ese servicio trascendental y necesario, para revolucionar los estratos psíquicos de la raza, para despertar su energía que reposa en el sueño ancestral de la inacción y de la muerte.
Se trató de elegir al músico. Todos señalaron a Luis Taibo, mi hermano. Yo opuse reparos:Señores, mi hermano se halla muy lejos, en Méjico; y aunque él es ante todo artista, músico, allí es médico, que aquellas tierras no puede irse ciertamente a cultivar arte.
No valieron mis excusas. Al día siguiente salía una carta para la capital mejicana solicitando unas notas cálidas para aquella letra heroica.
Algún tiempo después se recibía la música y una carta que entre otras cosas decía:
“Al escribir la música del himno me propuse hacer una cosa fácil para todos los oídos, adaptable a la extensión de la generalidad de las voces, de carácter viril y guerrero como lo demanda el espíritu de la letra, y para que pueda ser cantado por gran número de voces al “unis” como debe serlo todo himno popular; y por último para que sea interpretado con acompañamiento de piano o sin él. Del acompañamiento de piano puede hacer lo que quieran para la banda y orquesta.”
Más tarde, en las librerías compostelanas y en las principales de Galicia, se leía en gruesos caracteres: mercade o hino galego”.
Ha pasado ya mucho tiempo. Aquellos entrañables y buenos amigos se han desparramado por el mundo. Sobre ellos ha gravitado también el trágico sino que pesa sobre la raza, impeliéndola a las tristezas desoladas de la emigración.
Sólo Felipe Cimadevila y yo vivimos en Galicia…
En enero último lo encontré en Orense. Ya no cree que Santiago pueda ser algún día la capital de Galicia. Ya no vi v ve en aquel ambiente de controversia. Ahora anide teme ya sus ataques. Sobre el fuego de su alma brava me pareció había caído, con el tiempo, la losa de los sueños, apagando sus entusiasmos.
El fue en Orense mi guía y preceptor. Ya lo habíamos visto todo. Faltaba el puente y el río. Y fuimos allí, calle del Progreso abajo.
Llegamos a la orilla del Miño. Exhalaba el día su postrer suspiro de luz. Un suspiro melancólico, apagado por los cendales bretemosos que caían del cielo a la campiña orensana, suavemente, con aquella tierna suavidad con que cae el velo nupcial sobre las carnes en flor de las vírgenes.
Estamos sobre unas peñas, callados, silenciosos, al pie del exvoto de corazones enamorados ofrecieron a las ondinas del Miñol para que velasen por la inmortalidad de Curros Enríquez, el poeta de la lira torva.
Felipe Cimadevila empezó a entonar en voz baja el Deus Fratresque. Yo, instintivamente, le imité. De pronto, sin quererlo, nuestras voces subieron de tono. Y descubiertos, con fervorosa unción, desgranamos sobre la oscura sobrehaz del Miño, aquellas notas solemnes, majestuosas, que al perderse en lad de la tarde, parecían herir el alma del paisaje, el alma del río, el alma de las brétemas, el alma gallega, levantando un eco de rabia y de dolor…Victoriano Taibo García
(De “El Eco de Santiago).
Sin data.
Polas transcripcións: Miguel.
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